domingo, 8 de agosto de 2010

Vanessa

5 Su cuerpo sin vida yace sobre mi costado izquierdo y rodillas, con mi puño aferrado a la cuchilla clavada en su corazón y mis ojos fijos en su mirada almendrada que en tan sólo un par de segundos perdió el brillo que por años me mantuvo esclavizado, absurdamente atado a ella.

-Te amo.

El último beso sobre su frente. Malditas palabras, maldito sentimiento. Toda una vida amándola, toda una vida odiándola por hacerme sentir algo que había jurado jamás volver a sentir. El amor: qué manera tan absurda e incrédula de consumarse, de perder la cordura a cambio de nada.

7 Deslicé mis dedos cubiertos de sangre sobre su rostro pintando sus párpados y sellándolos para siempre. Incluso sin el más mínimo destello de vida seguía robándome el aliento, y a pesar de todos los cambios que su embarazo causó sobre su cuerpo aún creía que cada centímetro de ella fue especialmente diseñado para mí.

Nadie la conocía tanto como yo. Ningún otro hombre merecía disfrutar de su blanca y delicada piel ni probar la exquisitez de sus delgados labios, pero ella se rehusó a volver conmigo después de haberme marchado sin siquiera despedirme una década atrás.

- ¡Él jamás podrá hacerte feliz! –le grité, un día antes de su boda.

- Él jamás me abandonará sin antes decir adiós.

- ¡Separarme de ti es el error más grande que he cometido en mi vida!

- El error más grande de mi vida fue haberte amado.

9

En algún momento de nuestra relación ella empezó a sofocarme con sus planes para la eternidad. Un compromiso de esa magnitud no era lo que quería cuando tenía veinte años y me alejé de ella con la certeza de que cuando volviera estaría dispuesta a darme otra oportunidad.

Sin embargo, Vanessa había sepultado ya ese eterno e incondicional sentimiento, y era necesario que yo asesinara al mío.

Durante los años que vivió al lado de su esposo fue un placer masoquista para mí espiarlos con la esperanza de ver la culminación de su matrimonio. Todos los días me convencía de que el universo se reorganizaría y los separaría, pero las deidades me sentenciaron a tortura perpetua cuando su vientre acogió un par de gemelas.

Vanessa jamás me perdonará el haberle quitado la vida antes del nacimiento de sus hijas. Nunca. Ni en este mundo, ni en el que se encuentra ahora, pero podré vivir con esa culpa sabiendo que ambos merecían tan cruel castigo en su destino.

4Su cuerpo desnudo y sin vida yace sobre la tina cubierta de pétalos que festejarían el aniversario de bodas. El camino de lencería que ella construyó lo conducirá a la recámara, sus excitados sentidos se percatarán de la sangre sobre el piso del baño y su confundido cerebro comprenderá que lo ha perdido todo. Jamás debió haberme arrebatado a la mujer que me pertenecía.

- Ahora entiendo por qué desde pequeña en mis sueños siempre moría ahogada.

1 comentario: