sábado, 28 de abril de 2012

Letras en el infinito...


Este era un chico peculiar, lo era porque pareciese que nadie notara su existencia en los lugares a los que iba. Incluso sus maestros en la escuela nunca mencionaban su nombre al pasar lista, pues afirmaban “no lo habían visto al entrar al salón”.  A este chico le gustaba mucho leer. Era su único escape de la “realidad” que a sus ojos no tenía ningún sentido, todo lo que acontecía en el mundo era una aberración y un insulto a la vida misma, asesinatos, secuestros, guerras, crueldad, odio, enfermedades y un sinfín de males no tenían cabida en una mente racional como la de este chico.
Al llegar a casa lo primero que este chico hacía era subir a su habitación a leer. Evitaba formar parte de los problemas familiares. Pues en su casa siempre había algo que discutir. Cuando las cosas se ponían más violentas salía por su ventana con una mochila llena de libros y desaparecía por días, al regresar nadie lo notaba, era como si nunca se hubiera ido, lo cual le venía perfecto.
Cierto día mientras caminaba hacia la escuela se topó con un anciano que vestía de manera extraña, el anciano al igual que todos pareció no notar su presencia caminaba delante del chico. Al dar vuelta en una esquina abruptamente un reloj se le cayó al viejo, al parecer no lo notó, el chico lo recogió y cuando alzó la vista para devolver el artefacto no vio al anciano, era imposible que haya caminado tan rápido como para perderse de vista, sin embargo el chico ya no lo vio. Decidió guardar el reloj en caso de ver a aquel extraño anciano de nuevo.
Al llegar a casa decidió echar un vistazo al reloj, quizá tendría algún grabado que le diera una pista sobre donde podría encontrar a su dueño y devolverlo. No halló nada. Sin embargo al presionar la corona algo extraño sucedió, al principio no lo notó y dejó el reloj en el cajón de su escritorio, se acostó en su cama y se puso a leer. Después de un rato notó que algo raro sucedía, no escuchaba ningún ruido, nadie discutía y en el exterior parecía no haber ninguna actividad. Se asomó por su ventana y tal fue su sorpresa al ver una bandada de aves suspendida en el aire, ninguno de aquellos pájaros se movía. En ese instante el chico no supo qué hacer, bajó a ver si sus familiares habían notado lo mismo pero los encontró inmóviles. Era algo increíble, se detuvo un rato a pensar y entonces se le ocurrió que quizá...
Subió rápidamente y sacó el reloj de su cajón, se acercó a la ventana y presionó la corona de nuevo, al instante volteó hacia donde se encontraba la bandada de aves y se maravilló al ver que ¡se movían de nuevo!
Unos días después el chico había encontrado el uso perfecto para el reloj. En las mañanas al sonar su despertador inmediatamente presionaba la corona del reloj “mágico” y podía dormir todo lo que quisiera, cuando se despertaba tomaba su libro y se ponía a leer hasta que se cansaba, entonces presionaba la corona de nuevo, y volvía a su vida diaria. Mientras se encontraba en la escuela usaba el reloj y leía el tiempo que le apetecía. Desde que hacía uso del reloj había pasado de leer en promedio cuatro libros por semana a leer veinte a la semana. Era increíble, podía entrar a un mundo completamente diferente cuando él quisiera. Y lo mejor es que podía hacer lo que más le gustaba en la vida.
Con el tiempo la cantidad de libros que leía a la semana fue aumentando, cuando presionaba la corona del reloj no tenía manera de medir el tiempo que pasaba desde que detenía el flujo temporal hasta que lo restablecía. Sin embargo le parecía que cada vez pasaba más y más tiempo leyendo, una de esas ocasiones le parecía haber estado leyendo todo un día completo.
Sin notarlo fue adelgazando gradualmente pues generalmente al hacer uso del reloj olvidaba comer o simplemente hacía caso omiso a los avisos que su cuerpo le daba. Nadie notó este cambio en su cuerpo.
Cierto día pasó frente a un espejo al salir del baño y le llamó la atención ver su cara tan demacrada y pálida. Pero esto no le importó. Era feliz leyendo y nada ni nadie lo harían cambiar de opinión.
Al cabo de un mes había leído más de mil libros diferentes. Sin contar los miles que se había iniciado en el viaje del saber.
Llegó a comprender muchas cosas, sin embargo su estado de salud se deterioraba cada vez más y daba la impresión de que envejecía de manera prematura. Y precisamente esto es lo que pasaba, al usar el reloj él era el único ser que continuaba en el flujo temporal normal, había utilizado el reloj tantas ves y por tanto tiempo que había ido envejeciendo, era como si en un segundo pasaran días enteros para él. Comprendió esto muy tarde.
Cierto día al sonar su despertado no fue capaz de apagarlo, ni pudo activar el reloj para dormir un poco más y después leer, pues simplemente ya no le fue posible despertar del que sería a partir de ese momento su eterno sueño...

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