Luz Nocturna
¿Cuándo cayo la noche? El cielo había estado cambiando de colores por lo que se sintieron minutos pero sabia que eran horas. El teléfono celular sonó por lo que parecía la quitoagesima vez, pero ella no se digno a contestarlo.
- Debería estar en la escuela- Debería.
El turno nocturno no era lo que más le gustaba, por que siempre se perdía el atardecer. Como amaba el atardecer. El cielo prendiéndose fuego y el gran farol naranja cediendo su labor a los pequeños que brillaban a pocos metros sobre la tierra. Era todo tan magnifico y podía sentir que era suyo y solo suyo, incluso si nada más le pertenecía, siquiera su propia persona. El sol, las nubes, el fuego, los colores, los faroles y la oscuridad le pertenecían.
-"Nunca vas a hacer nada de tu vida. "- La voz hacia eco en su mente. Dolorosa, acusadora y furiosa. Ella solo podía desear que se callara de una vez.
Sin mucho más que hacer se dirigió al viejo edificio frente a ella. Era sucio, viejo y denigrado, lo que lo hacia ridículamente familiar. De las peores escuelas de la provincia. Ella solo quería terminar el asunto tan pronto como fuera posible, la vida es demasiado buena para pasarla en un pupitre repitiendo frases vacías de un docente que se arrepintió de serlo antes de terminar el estudio.
En el aula el desorden, el bullicio y la indisciplina hacían imposible la clase. Una manada más de idiotas. Un manojo más de infelices. Pretenciosos de todo cuando no merecían nada. Se sentó al fondo, en la esquina de la ventana. Nadie más ocupaba ese lugar. Sin embargo, la razón es otra historia.
Miro sus manos un segundo. En su imaginación podía ver las cortas uñas bañadas de detergente. Le encantaba la forma en que la espuma jugaba con su piel, todavía podía sentirlo aunque varias horas hubiesen pasado ya.
- Como cartílago de poyo.- Se escucho diciendo a si misma en el más efímero de los susurros. Por fortuna o por desgracia, nadie la escucho.
El teléfono vibro sobre el pupitre. Otra vez, la pareja de su madre, el asqueroso de ojos mirones la llamaba. El hombre la llamaba seguido cuando sabia que no estaba en la casa, le gustaba conversar con ella de cualquier cosa y argumentaba que quisiera que sus hijas fueran como ella, pero ella sabia mejor. Había descubierto la mirada enferma persiguiéndola, su cuerpo y su forma, lo había descubierto probando la puerta del dormitorio en la noche, solo para descubrirla con llave, lo había descubierto con fotos indecentes de su madre en internet.
¿Cuánto tiempo había pasado ya? Un par de años por lo menos. Todo se puso peor cuando su hermano mayor se fue y él se mudo a la casa.
La casa. Estaba a nombre de su hermano, que estaba en el extranjero. Lejos de todo, lejos de ella, cuando mas lo necesitaba. Pero no podía culparlo, el le prometía siempre que iba a volver envuelto en fortuna extranjera para sacarla de la casa y llevársela con el. Sueños, ilusiones, fantasías, niñadas. El pobre iluso peleo toda su vida con el molino de viento cuando el monstruo estaba escondido debajo de la cama.
Ya no importa. La casa era de ellos ahora y el asqueroso se iba de patitas a la calle. Solo necesitaba la llamada correcta.
El modulo de geografía paso sin la vibración del celular. Y cuando sonó en el recreo ella ya estaba segura. Contesto. Una voz masculina se pronunció. No tan agravada. El tono no la sorprendió, las palabras menos.
- Se que lo hiciste vos.- Su voz temblando y su garganta ahogada. Le había costado reconocer su propia voz. Miedo, una emoción que podía usarse. Metió la mano izquierda en el bolsillo interno de la campera. Una campera grande, fea, vieja, rota y gruesa cual bolsa de dormir. Apretó el paquete para asegurarse que todo iba a estar bien por unos años. Si, tranquilamente podían ser unos años. Colgó el teléfono y lo guardo en el bolsillo. Era menor y necesitaba pedir que la buscaran. La policía vendría.
¿Cuántas veces lo había pensado ya? El impulso de romperle el cráneo a la mujer, callarla de una buena vez por todas. Robarle el dinero, que sabia escondía en algún rincón del dormitorio y huir. Pero este día había sido distinto. Sin querer había hecho todo demasiado bien. Cuando los pensamientos se transformaron en acción, fue casi natural seguir un plan trazado por años. Casi en automático, mientras lavaba los platos la mujer había venido a gritarle sus verdades, a lavarle la cabeza con interpretaciones tan irreales que ofendían. Pero en un punto su mente se congelo cuando se la acuso de querer seducir al viejo asqueroso. Épico. Siquiera está segura cuando el deseo se transformo en acción y el cuchillo de mango plástico, un cuchillo común y corriente de filo dentado, atravesó la garganta de su madre mientras gritaba. Ya ni sabía que le gritaba.
- Como cartílago de poyo crudo. – La sensación había sido tan extraña. Uno olvida que los seres humanos, las personas, están hechos de lo mismo que los animales, que son animales. Asesinos, violentos, asquerosos, prepotentes, egoístas y denigrantes. -… Más quiero a mi perra. – La vieja perra había quedado encerrada en el jardín. No quería arriesgarse a que se le acuse a un animal tan gentil de algo así y la sacrifiquen.
Le dieron permiso de salir, pero la policía no iba a ir a buscarla.
- Demasiado ocupados para jugar a taxi. No los culpo.- Cruzo la esquina y el farol amarillo parpadeo sobre ella. El sol sería hermoso si todo salía bien durante la noche. Y esta era definitivamente una noche muy oscura y fría.
Se compró cigarrillos, la marca que fumaba su madre. Esos que se suponen que son elegantes solo por que tienen un nombre raro y son de otro color. Porquerías. Miró el cigarrillo en su boca por arriba de su nariz y recordó que ella no fumaba. Recordó que su madre la estaba matando. Con su ignorancia, su incomprensión, su lejanía y sus acusaciones. Poco tenia que ver el cigarrillo con el chiste que hacia su corazón cuando la mujer le gritaba.
Hizo un nudo con el paquete de diez y lo tiro por encima del techo de la escuela. Se subió al colectivo y se sentó en el fondo. A esconderse en el abultado calor de la campera. Metió la mano en el bolsillo interno y empujo el paquete de papel por el agujero de la esquina hasta que se perdió en el grueso relleno.
Las luces nocturnas captaron sus ojos en el transcurso del viaje y su cansada mente empezó a recordar una vieja canción que su abuela le cantaba. Solo el estribillo sonaba en su mente. "Pequeños soles que alumbran como el día, hermosas estrellas que brillan para mi".
- "Miren cuantas luces."- Canto en voz alta sin tono. Se sentía vacía y triste. Pero sabía que era morir o matar. Con el tiempo encontraría de nuevo los pedazos rotos de su corazón. Resistió las lagrimas las necesitaría para la policía.
En la oscuridad encontró las luces de la calle, siquiera las de la casa brillaban tanto. Cualquier luz puede repeler la oscuridad de una habitación, pero engañar a la noche fuera de la obscuridad, es toda una hazaña. Así se sentía ella. Como un farol nocturno empujando a la oscuridad para hacer sentirse a la noche más segura.
No se había ensuciado con la poca sangre que saltó, así que solo soltó el cuchillo enterrado en la garganta cuando el cuerpo se desplomo en el piso. Dejo los platos a medio lavar y la canilla abierta. Esquivo la escena por el otro lado de la mesa de la cocina-comedor y se dirigió a la alcoba mientras el cuerpo todavía estaba caliente.
Dio vuelta hasta la ultima pizca de polvo, incluso después de haber encontrado el paquete de papel en el que estaba escondido el dinero, el paquete de papel que escondía en el relleno debajo de su brazo. Revolvió la pequeña habitación que servia de estudio y metió la notebook en su mochila, cerró su habitación con llave al salir y dejo la puerta de la casa entreabierta. Se bajo del micro a mitad de camino y dejo la computadora en las vías, la encontraría un curioso con suerte o la destrozaría el tren. Recorrió con extremada calma el resto del camino a la escuela. Huir con el dinero significaba admitir culpa, así que se quedo. Por la casa, por su hermano, por ella misma. Motivo del asesinato: Robo. Único sospechoso: El Asqueroso.
Simple. Con la cocina inundada y el cuerpo sin marcas, la casa revuelta y pocas ganas para ahondar el caso, todo iba a salir como ella quería, no, como ella necesitaba. Solo debía sobrevivir la oscuridad de la noche para ver el sol y cambiar los atardeceres por los amaneceres.
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